jueves, 7 de agosto de 2014

64 de 365 Mi tejado

Una nueva entrada, vamos ya acercándonos a la cifra mágica de las 100, jajajaja, hoy es sobre mi tejado, siempre me gustaron los tejados, desde las alturas siempre se encuentran vistas magnificas, mas de una vez he podido contemplar pólvoras de Las Mesas, el Provencio y demás pueblos desde mi privilegiado tejado, últimamente me subo menos, los kilos y la edad no pasan en balde, pero la otra noche por motivos profesionales tuve que encaramarme al tejado y ya lo pude disfrutar, bueno y los mosquitos también disfrutaron conmigo, ese día para ellos estaba dulce, pues me atacaron sin piedad y me obligaron a bajar antes de tiempo. Os dejo con una imagen desde las alturas, y un cuento muy ilustrativo de lo que podemos hacer y perder por tener el ego con un poco de subidon, jajajaj.
Mañana mas.


















Arnold era un gato que contemplaba desde su ventana, silenciosamente, el revolotear de los pájaros. La primavera había reunido a un buen número de ellos en el parque que había enfrente de su casa. Las aves se columpiaban en los cables de la luz. Se balanceaban en las débiles ramas de los árboles, preparando sus nidos. Y se acercaban volando a la ventana del gato.
Arnold no miraba sólo para distraerse. Estaba ideando un plan. Comenzó a escalar por las tuberías exteriores del edificio. llegó al tejado. Allí estaba más cerca de los pájaros. Se relamía pensando en el festín que se iba a dar. Estudio palmo a palmo el tejado. Unos metros más a la derecha descubrió un nido. Ante la sorpresa, sus ojos se salían de sus órbitas y exclamó muy bajito: “¡Me encantan los huevos de ave y mucho más los recién nacidos! ¡Me voy a poner las botas!”
Detrás de él, oyó una voz que le dijo: “¡Vaya! si aquí está el guitarrista que canta melodiosamente a la luna”.
Arnold preguntó muy asombrado: “¿Hablas conmigo?”
Un gorrión muy gordo, que no paraba de picotear un trozo de pan duro, le contestó: “Sí, desde luego. ¿Por qué no nos deleitas con tus canciones, en esta mañana tan soleada?”
El gato estaba muy sorprendido. No quiso rechazar la oportunidad de hacer una demostración con su guitarra, aun sabiendo que no dominaba el instrumento. Bajó como un relámpago por las tuberías. Entró en la casa de un salto, por la ventana, cogió su guitarra y volvió a subir al tejado a toda prisa.
Al llegar, Arnold abrió los ojos como platos, exclamando: “¿Dónde está el nido? ¿Y los pájaros? ¡Han volado! ¡Todo ha desaparecido!”
Miró a su alrededor y dijo: “¿Dónde están los que se balanceaban en los cables de la luz? ¿Por qué he sido tan tonto?”

Bajó de nuevo a su ventana. Se sentó, desolado y pensó: “Pero si yo toco fatal la guitarra… Nunca he cantado a la luz de la luna… Quería engañarles y me han engañado. He perdido un plato estupendo”.

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