Mañana mas.
Arnold era un gato que
contemplaba desde su ventana, silenciosamente, el revolotear de los pájaros. La
primavera había reunido a un buen número de ellos en el parque que había
enfrente de su casa. Las aves se columpiaban en los cables de la luz. Se
balanceaban en las débiles ramas de los árboles, preparando sus nidos. Y se
acercaban volando a la ventana del gato.
Arnold no miraba sólo para
distraerse. Estaba ideando un plan. Comenzó a escalar por las
tuberías exteriores del edificio. llegó al tejado. Allí estaba más cerca de los
pájaros. Se relamía pensando en el festín que se iba a dar. Estudio palmo a
palmo el tejado. Unos metros más a la derecha descubrió un nido. Ante la
sorpresa, sus ojos se salían de sus órbitas y exclamó muy bajito: “¡Me encantan
los huevos de ave y mucho más los recién nacidos! ¡Me voy a poner las botas!”
Detrás de él, oyó una voz
que le dijo: “¡Vaya! si aquí está el guitarrista que canta melodiosamente a la
luna”.
Arnold preguntó muy
asombrado: “¿Hablas conmigo?”
Un gorrión muy gordo, que
no paraba de picotear un trozo de pan duro, le contestó: “Sí, desde luego. ¿Por
qué no nos deleitas con tus canciones, en esta mañana tan soleada?”
El gato estaba muy
sorprendido. No quiso rechazar la oportunidad de hacer una demostración con su
guitarra, aun sabiendo que no dominaba el instrumento. Bajó como un relámpago
por las tuberías. Entró en la casa de un salto, por la ventana, cogió su guitarra
y volvió a subir al tejado a toda prisa.
Al llegar, Arnold abrió los
ojos como platos, exclamando: “¿Dónde está el nido? ¿Y los pájaros? ¡Han
volado! ¡Todo ha desaparecido!”
Miró a su alrededor y dijo:
“¿Dónde están los que se balanceaban en los cables de la luz? ¿Por qué he sido
tan tonto?”
Bajó de nuevo a su ventana.
Se sentó, desolado y pensó: “Pero si yo toco fatal la guitarra… Nunca he
cantado a la luz de la luna… Quería engañarles y me han engañado. He perdido un
plato estupendo”.
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