Hoy viernes vamos a subir una foto de Segovia, se trata de una calle estrecha y fea, están abandonados sus edificios, pero que me gusto el encontrármela, el único habitante que encontré fue un cachorro de gato, pero de gatos ya tuvimos hace unos días al gran Serafín, jajajaja ayer en el viaje relámpago que hicimos con una excursión de la parroquia, pasamos un día muy corto en esta hermosa ciudad, espero me sirvan las imágenes de ayer para unos cuantos días, pues la verdad al ciudad bien merece un reportaje ella sola, y si nos ponemos a afinar, un espacio con varias imágenes cada uno de sus rincones y monumentos.
En el día de hoy para acompañar la imagen fotográfica, he encontrado un cuento para niños muy ameno y con una buena moraleja, espero que como siempre os gusten y hasta mañana con una nueva entrada.
LA CALLE ESTRECHA
Había una vez un
pueblecito donde las calles eran muy estrechas. Para que pudieran
pasar los animales sin molestar a las personas, el alcalde había dado la orden
de que siempre que pasara alguien con un animal, fuera diciendo en voz alta:
“Apúrese, por favor”.
Un día, un
labrador volvía con su buey y, vio a dos hombres hablando en la mitad
de calle. Eran unos hombres muy ricos y orgullosos, así que,
cuando el labrador se acercó y les gritó: “apúrense, por favor”, ellos no le
hicieron caso y siguieron hablando.
Al labrador no le
dio tiempo de parar el buey, y el animal, al pasar, empujó a los dos hombres y
los tiró al suelo. Como sus ropas se llenaron de barro, los hombres, muy
enfadados, le dijeron al labrador:
- ¡Mira lo que
nos ha hecho tu buey! Ahora tendrás que comprarnos trajes nuevos. Si
no lo haces, mañana te denunciaremos al alcalde.
Entonces, el labrador
fue a ver al alcalde y le contó lo ocurrido. El alcalde, que era un hombre
justo y muy listo, le dijo:
- No te
preocupes. Mañana, cuando vengan a denunciarte esos dos ricachotes,
tú vienes también y te haces el mudo. Oigas lo que oigas, tú no digas nada.
Al día siguiente,
se presentaron todo ante el alcalde, y los dos ricachotes, acusaron al labrador
de pasar con el buey sin avisar y de atropellarlos.
- ¿Por qué no
avisaste a estos hombres para que se apartaran? –preguntó el
alcalde al labrador.
El alcalde le
hizo varias preguntas más, pero el labrador no dijo ni “mu”. Entonces, el
alcalde les dijo a los ricachotes que aquel labrador debía de ser mudo.
- ¡Qué va a ser
mudo! – respondieron rápidamente los dos hombres –. Ayer lo oímos
hablar en la calle, ¡y bien alto! Nos grito que nos apartáramos.
- Entonces –dijo
el alcalde –, si el labrador les avisó de que se apartaran y no lo
hicieron, la culpa es de ustedes.
Y por haber
acusado injustamente a este hombre, le darán diez monedas de plata cada
uno.
Carlos Frabetti.
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