Hoy
tengo la suerte de encontrarme a este gato, es un hermosos ejemplar, bien
cuidado y con un lustre especial, siempre que veo un gato y si es blanco me
acuerdo de una poesía que recitaba mi hermana María Pilar, se llamaba el gato Serafín
y era infinidad de veces las que la recitaba, tanto sus hijos, mis sobrinos (Ana
y Sebas) como mis sobrinas consuelitos (Consuelo, Mª José y Roció), se la saben
de memoria, de las veces que la escucharon, y es que en verdad es muy buena,
sobre todo la forma de interpretarla de Mari, que es todo un encanto de
artista.
La
versión que encontré en Google, varia un poco de la que estamos acostumbrados a
escuchar, el final es más alegre, le damos a Serafín una nueva oportunidad,
espero Mari me perdone por haber puesto esta, pero queda mejor este
final.
Bueno
espero os guste y mañana más.
Mi Gato Serafín
Una vez,... tuve yo un gato
blanco y rubio, ¡tan monín!
Tenía el rabo así de gordo,
y se llamaba Serafín.
¿Que pasa? ¿de qué os reís?
¿Es que un gato no puede llamarse así?
Es un nombre muy bonito.
Y además,... puesto por mí.
Cada vez que se sentaba,
enroscado en su sillón,
al mirarlo desde lejos,
parecía un almohadón.
Una vez vino a mi casa
una amiga de mamá,
¡tan cortísima de vista,
que no veía hasta allá!
Gorda, gorda,
gorda como un balón,
y cada dedo, Dios mío,
¡parecía un salchichón!
Entró la vieja en la sala
con los lentes sin poner,
y en el sillón de mi gato...
...¡allí se dejó caer! ¡Aaaahhhh!
Aplastó a mi pobre gato,
por delante y por detrás.
¡Lo dejó hecho una torta!
¡Tan monín, tan monín!
¡Maldita la vieja gorda
que aplastó a mi Serafín!...
Pero mi gato, tenía
siete vidas. Ya lo sé.
Y, al levantarse la gorda,
salió corriendo también.
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