Entrada del día 31 de julio, ya va esto en marcha, hoy nos hemos detenido en una imagen muy verde, quiero decir es un granado en los comienzos del verano, aún queda tiempo para que estos frutos carnosos y jugosos estén para hincarles el diente, o mejor dicho para que alguna madre o abuela, o padre o abuelo nos prepare esta fruta, que aunque sabrosa es muy costosa de preparar, hay miles de técnicas, dándole con una cuchara por detrás y que caigan los granos, pacientemente uno a uno y echándolas en un plato, como os digo a mi personalmente me trae recuerdos y olores a mi madre que siempre me la preparaba pacientemente y siempre, siempre me echaba un polvorín de azúcar encima, no quería que nada me amargase mi existencia, nadie mientras ella pudiera, gracias granado por traerme a la memoria el recuerdo tan presente de mi madre.
Mañana mas.
A ese árbol espinoso,
ancestral y morisco,
la primavera lo viste de grana
con botones que florecen
y viste el verde pálido y los aguijones
en dulce esperanza
con brotes que se ceban día a día.
Al final del verano, el fruto en sazón,
guarda en la carcasa
de aguerrido escudo,
como de piel de cabra,
una formación de dientes encarnados
—oasis oculto—
para saciar con cada incisivo
la recompensa de la vehemencia
de quien busca sin desfallecer.
Franqueada la dura piel,
en cada lóbulo,
guarnecido por un velo amargo
a modo de manto protector,
un apiñamiento de gránulo
jugosos y azucarados,
guardando eficazmente
como en celosías
la sorpresa más agradecida
al paladar que se deja sorprender.
En la memoria,
las manos rugosas y tercas
de mi abuela Ana
y la sufrida paciencia
de su amor deleitoso,
desgranando uno a uno,
apartando el verdor ácido
que no enturbie el resultado,
de un plato granulado
de carmesí incitación,
al que hacer frente
—desprovisto de lo acre—
el intenso sabor
tan aguerridamente guardado
como gustosamente apetecido.
Francisco Espada