Hoy tengo una imagen que llevaba muchismo tiempo sin ver en
vivo y en directo, por lo menos no lo recuerdo, al salir de casa, en la fecha
que indico, la instantánea la hice con fecha para que se quedara grabada, lo mio
no son los recordatorios de nada, no tengo cabeza, jajaja, me encontré con este
pequeño carámbano, (es un pedazo de hielo en forma de cono que se forma cuando
el agua que gotea de un objeto se congela por
efecto de la helada),
bueno eran dos uno casi prácticamente lo descubrí al ver la foto en el ordenador, estaban en el tejado de mi vecino, y lo que me extrañaba era solo que
hubiese esos dos, todo el tejado es del mismo material, pero su secreto tendrá,
bueno espero os guste, y ya sabeis :
Mañana mas.
El hombre de hielo
Sintió un extraño escalofrió apenas la
matrona lo dejó en sus brazos. Entonces lo contempló por primera vez no sin
cierta vacilación. Aún tenía los ojos
cerrados e hinchados, constreñidos por el trauma del alumbramiento, y estaba
helado como un carámbano, tanto que creyó que lo había parido muerto. Puede que
en eso se parezca a su padre, pensó distraída para espantarse esa idea de la
cabeza. Al fin y al cabo es sangre de su sangre, ADN de su ADN. Pero aún no
lloraba. Siempre había creído que eso era lo primero de todo: el llanto
iniciático. Nuestro salvoconducto en este valle de lágrimas.
Aunque ciertamente mirándolo bien sí se le
parecía. Al menos a las fotos que ella había visto del padre cuando leyó
aquella increíble noticia en los periódicos de Viena. Sí, tenía que
reconocerlo: aquel guiñapo arrugado, cerúleo y sanguinolento que aún no se
movía era el vivo retrato de su progenitor. Qué maravilloso milagro el de la
genética que se impone al tiempo y a las convenciones, siguió pensando rodeada
de las miradas ávidas y expectantes de toda aquella corte de figuras embatadas
que parecían estar leyéndole los pensamientos: ¿sabrá usar su índice igual para
moverse por la pantalla del Ipad que para marcar de sangre la pared de una
cueva? Esa fue la extravagante pregunta que se le vino a la cabeza, la primera
que materializó de las muchas que se afanó en evitar para no ceder en la
inamovible determinación que tomó cuando conoció la historia de aquel hombre.
Porque tal vez fue eso, que se prendó más de su historia que del hombre en sí.
Eso pasa, sucede a menudo en todos los lugares ¿qué tenía lo suyo entonces de
particular? Puede que en el fondo la cuestión sea mucho más simple, concluyó, y
resulte aún difícil, a estas alturas, ser madre soltera en Austria…
Fue
entonces cuando abrió los ojos. Había oído decir que los recién nacidos aún no
veían del todo bien, por eso le sorprendió la obstinada fijeza con que la miró.
Había un brillo de rencor animal y un poso de censura en aquella mirada, como
si le estuviera reprochando haberlo despertado de una hibernación de siglos.
Volvió a sentir otro escalofrío, está vez más
intenso, más nítido, como de miedo atávico, cuando comprendió que su hijo, que
le seguía sosteniendo la mirada desafiante, no iba a llorar. Ni entonces ni nunca.
Manuel R. Pino Velazquez
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