Quiero terminar este año de Blog, dedicándole un poco de mi tiempo a un gran hombre, joven pero muy grande, Sebastian, entregado en cuerpo y alma a su compromiso con el Señor, misionero, casi a punto de cantar misa, una persona buena.
Anoche fue su misa de funeral, la asistencia fue una de las mayores que recuerde, era el comentario de toda la gente, "como en esta misa nunca asistió tanta gente", dejo la parte central de su recordatorio que nos repartieron al entrar a la iglesia, es un escrito de el y tiene toda la belleza de un escrito por una persona buena, noble y que se sentías muy cerca del Señor, gracias Sebas por haber sido Pedroñero ejemplar allá donde has vivido, siguelo siendo allá donde descanses.
Termino con una lectura adaptada por mi que he sacado de Internet, es con lo que quiero terminar este año como comente al principio, homejaneando a un gran hombre: Sebastian
La muerte de una
persona en la plenitud de su vida (en este caso Sebas) es un duro golpe para
todos nosotros. Y no es nada fácil encajar un golpe así. Nos resulta
incomprensible que pueda desaparecer una vida en lo mejor de su crecimiento y
vitalidad.
Y mas una persona
entregada por completo a los demás, una persona que lo da todo, que se aleja de
su propia familia para hacer el bien, ilusionado y con gran alegría.
Dentro de cada uno
aflora un sentimiento de rebeldía. No sabemos ni contra qué ni contra quién.
Nos da la impresión
de que se desbarata todo un proyecto de vida, cargado de posibilidades que no
se han podido realizar. Todo se nos viene abajo como un castillo de naipes.
Todos los planes, las esperanzas, las opciones que ha hecho nos parecen que son
como humo que se lleva el viento y desaparece.
Tenemos la impresión
de que hemos trabajado y caminado en balde. ¿Para qué tantos afanes? ¿Para qué
empeñarnos en una causa bonita, si todo se desvanece?.
Pero, cuando los
creyentes nos reunimos para despedir a un difunto, el centro de nuestra
atención no debe ser el difunto, sino Cristo, muerto y resucitado. No
celebramos la muerte, sino la vida.
Un Cristo que también
murió joven, en la plenitud de su vida, cuando aún le quedaba mucho por hacer,
pero que había llenado su vida con una carga de amor, de entrega y de servicio
a los demás.
Este es el gran
misterio de la muerte y de la vida. Puede haber vidas jóvenes llenas, completas
ante Dios y puede haber vidas adultas, cargadas de años que no han llegado a madurar
en amor.
En Paz Descanse